Buscando Andrómeda
El buen tiempo y el mal tiempo están dentro de nosotros, no fuera.
martes, 30 de enero de 2018
El castillo es mío
El profesor se desvió del tema para contar otra de sus múltiples "batallitas". La casualidad quiso que centrara la historia en un pueblo que yo conocía, colindante con el de mis abuelos. Nos habló de la plaza, de los excelentes embutidos, de la estación... Y de pronto, mencionó el castillo, adjudicándolo al lote. Ya iba a corregir su error cuando mi novio puso freno al que podría ser el mío.
- Déjale el castillo, nos ha puesto un diez a cada uno y falta que nos corrija otro examen, ya tendrás tiempo de decirle que el castillo pertenece a tu pueblo, o que lo descubra él, que más da...
Razón no le faltaba, que más me daba a mí lo que pensara del castillo. Cuando publicaron las notas mi novio volvió a sacar un diez, a mí me puso un nueve. Esperaba impaciente la próxima clase, tenía que recuperar un castillo.
lunes, 16 de septiembre de 2013
CLAVOS Y CHINCHETAS
Cuando subí al autobús
noté que algo faltaba. ¡Claro, las pantallas estaban apagadas! Resignada a no
ser sorprendida con alguna noticia extravagante, vi como ocupaban el asiento
contiguo dos jóvenes; una cogió a la otra, colaborando en despejar el escaso
espacio. Al principio no presté atención a la conversación que mantenían entre
ellas, pero después de escuchar el nombre de Rubén más de cincuenta veces la
curiosidad me pudo. Lo que deduje fue que el tal Rubén se había enrollado con una
de ellas, la que estaba encima, y se quejaba de que ahora salía con una de sus
amigas, a la que culpaba de todo, ya que Rubén era un pobre chico que sucumbió
a los encantos de una manipuladora sin escrúpulos que iba robando los ligues a
sus amigas. ¡Lo que hay que oír! La respuesta de la otra fue la siguiente:
—Tía,
pues ya sabes lo que tienes que hacer, enróllate con su amigo, el que iba
detrás de ti el año pasado, que mi abuela siempre dice que un clavo saca otro
clavo.
—Ya
me enrollé con él, pero fue peor el remedio que la enfermedad. Me dejó tirada y
el cabrón no tuvo valor ni para decírmelo a la cara —respondió disgustada.
De
pronto, sin darme cuenta, me metí en la conversación.
—Criatura,
es que no te buscaste un clavo sino una chincheta, ¿dónde se ha visto que una
chincheta saque un clavo?
Me
arrepentí de haberlo dicho, pero no podía dar marcha atrás. ¡Ojalá! Me hubiera
ahorrado escuchar el nombre de Rubén cincuenta veces más, pero esta vez
contándome la agradecida chica su historia con pelos y señales. Tan harta
estaba que decidí zanjar la cuestión diciendo:
—Tú
no tienes un clavo, tú lo que tienes es una estaca.
—¿Y
con qué se saca una estaca? —preguntó la inocente.
Recurrí
a la lógica, si un clavo saca otro clavo, ¿una estaca saca otra estaca? Mi
parada me salvó de responder, bajé del autobús con dolor de cabeza y la firme
convicción de mirar por la ventanilla la próxima vez.
sábado, 22 de junio de 2013
JUSTO AL LADO
Dividían su tiempo libre entre discotecas y
páginas de contacto. Él esperaba encontrar una mujer despampanante y ella un
hombre del que poder presumir ante sus amigas. Sin saber lo que buscaban se
perdieron entre copas y mensajes. Con el tiempo el listón fue bajando impuesto
por la insoportable soledad que los acompañaba. Él se fijó en esa compañera
anodina que trabajaba en el departamento contiguo: de estatura media, caderas
redondeadas, ojos marrones y cabellos castaños. Ella se percató de que el
compañero, que de un tiempo a esta parte la observaba, no estaba tan mal: de
escaso metro setenta, barriguita cervecera, mirada perspicaz y cabellera
inexistente. Se lanzaron a compartir copas y mensajes entre ellos, descubriendo
que lo que habían buscado lejos estaba justo al lado y que la mediocridad puede
ser a veces extraordinaria.
martes, 14 de mayo de 2013
APRETAR LOS PUÑOS
Mentí cuando dije que
me dedicaría a mirar por la ventanilla la próxima vez que subiera al autobús.
La pantalla, con esas noticias tan sorprendentes, que se repetían una y otra
vez cual mensajes subliminales, me atraía poderosamente. Me llamó la atención
aquella que decía: Apretar los puños podría ayudar a fortalecer la memoria. Según un
estudio, este sencillo ejercicio estimularía los hemisferios del cerebro. De pronto, sin apenas percatarme,
observé mis puños cerrados. Aquello de verdad funcionaba, al instante me
recordó que debía cortarme las uñas porque me las estaba clavando y eso duele… ¡Huy,
otro recuerdo! Las palabras con que acababa sus frases el personaje de “La
Bombi”, interpretado por Fedra Lorente en el Un, dos, tres… Un repentino
frenazo impulsó a un chico joven que trataba de aferrarse a la barra para no
caer, eso me recordó a “Coco” cuando en Barrio Sésamo explicaba la diferencia
entre delante y detrás o arriba y abajo. Pero la dichosa pantallita parecía
querer ponerme a prueba, mostró la imagen de una actriz y lanzó la pregunta de:
¿Sabes de quién se trata? ¡Claro, lo tenía en la punta de la lengua! No me
salía en ese momento, pensé que sería cosa de apretar más los puños. Apreté
tanto que hasta creí oler el humo que salía de mis hemisferios, pero seguía sin
acordarme. Dos chicas sentadas en los asientos de atrás la identificaron. Me
volví para fijarme directamente en sus manos, estaban abiertas. Como
consecuencia de esto no he vuelto a mirar la pantalla cuando voy en autobús,
ahora me dedico a mirar por la ventanilla.
miércoles, 10 de abril de 2013
EL HACHA DE GUERRA
Nos conocimos en unas
jornadas sobre botánica. Le encantó descubrir que me gustaba leer novelas
románticas, se apuntó a explorar todas y cada una de mis fantasías. Después nos
pasamos a la novela negra, creando una atmósfera sentimental de inseguridad y
lujuria. Con el tiempo advertí que tenía muy descuidado el jardín, sobre todo
el jazmín cuyo crecimiento había superado mis expectativas. Las tijeras de
podar ya no tenían nada que hacer, necesitaba como poco un hacha. Coincidió que
me regalaron “Cuentos de amor de locura y de muerte” de Horacio Quiroga, pocos
días antes de que le pidiera prestada el hacha a mi novio. Nunca llegué a
entender que desapareciera de mi vida inesperadamente.
martes, 19 de marzo de 2013
UN PROBLEMA DE BOLAS
Seguramente Maruja sea una de las pocas amas de casa, cuarentona, que todavía no ha leído
“Cincuenta sombras de Grey”. Ahora que los juguetes sexuales están de moda, las
empresas que los comercializan quieren saber qué tipo de clientes adquieren sus
productos, para ello recurren a las encuestas. Tell me se encarga de organizar las sesiones donde los encuestados debaten
sobre un determinado artículo, después los gratifica económicamente por su
tiempo ya que suelen durar entre cuatro y cinco horas. En el caso de las bolas
chinas decidieron entregar a cada sujeto una caja, debían probarlo durante unos
días en sus casas y después acudir a la reunión prevista para el próximo jueves
a las cuatro en punto de la tarde.
Lunes
Maruja llega a
su casa contenta, en esta ocasión los de las encuestas le han regalado el
producto para que lo pruebe. Se sienta en el sofá y abre la caja. Dos bolas rosas,
unidas por una cinta del mismo color, aparecen ante sus ojos. El rosa no es un
color que le guste especialmente, además no hace juego con su ropa. Pasa la
mano por la cinta y se la coloca en la muñeca, pesa mucho para ser una pulsera,
pero decide dejársela puesta un rato.
Martes
Maruja compra
en la farmacia una venda elástica para la muñeca, después vuelve a casa y se
dispone a preparar una empanada de atún. Con el rodillo en la mano, preparada
para estirar la masa, cae en la cuenta de que las bolas deben tener un uso
culinario. Con una mano en cada bola intenta extender la masa. La empanada
presenta un aspecto raro, pero a su marido le gusta.
Miércoles
Maruja vuelve a
fregar las bolas para que no queden restos, de la masa del día anterior, entre
las cuerdas. Como pesan y no hacen nada, decide que las bolas son un simple
objeto de adorno, así que las coloca en el mueble del recibidor. Cuando su
marido entra en casa y las ve se alegra de tener una esposa tan atrevida. Le
propone usarlas esa noche, pero ella está tan cansada que cuando él llega al
dormitorio, cubierto únicamente con el tanga de leopardo y blandiendo las bolas
chinas en la mano, ya está dormida.
Jueves
Maruja busca
las bolas por toda la casa, finalmente las encuentra tiradas junto al tanga de
su marido. ¿Pero qué habrá estado
haciendo este hombre con las bolas? piensa apurada. A las cuatro en punto
comienza la reunión. Les piden que apunten qué les han parecido las bolas
chinas, para leer al final de la sesión la impresión que traían cuando llegaron
y evalúen los conocimientos adquiridos durante el debate. Maruja escribe: A mí no me han sido de mucha utilidad, pero a mi marido le han
encantado, esta mañana aparecieron en el baño junto a su ropa interior.
lunes, 25 de febrero de 2013
EL RÉCORD
Primero
fue una débil sonrisa, preludio de una incipiente carcajada que amenazaba con
explotar en cualquier momento. Las muecas se sucedían mientras evitaba soltar
la risa. Una risa contenida, reforzada por inoportuna y por manifestarse en
circunstancias y lugar inapropiados. Al final estallé. La señora sentada a mi
lado me miró con mala cara, lógico. Menos mal que el autobús no estaba
abarrotado, aun así me convertí en el centro de atención de los presentes. Lo
malo fue que cuando me estaba calmando, volví a mirar la pantalla. Allí estaba
otra vez la noticia, que sin ser graciosa en sí misma, más bien al contrario,
derivó mi imaginación a visiones surrealistas. Decía así: En Elvintong Airfiel (Reino Unido), Ray Biddis batió el récord de
velocidad en moto funeraria. De nuevo pasó ante mis ojos la comitiva
corriendo detrás de la moto, para no perder de vista el ataúd y llegar a tiempo
al entierro supongo. Como consecuencia de esto no he vuelto a mirar la pantalla
cuando voy en autobús, ahora me dedico a mirar por la ventanilla.
domingo, 27 de enero de 2013
SEÑAL 26
Salió a la calle como
cada día, dejándose envolver por la rutinaria tarea de repartir propaganda. Alcanzaba
la edad de cincuenta años y por primera vez en mucho tiempo experimentaba un
ápice de felicidad, la que le proporcionaba el escaso salario al final de la
jornada. Sonreía cada vez que recordaba la cara de estupefacción del jefe
cuando hizo el pino en el despacho, pero ante tanto candidato joven no le
quedaban más opciones. Y por ahí andaba, pateando las calles desde otro punto
de vista, para no descolocarse en el sinsentido del organigrama social.
Justo
cruzaba la carretera cuando una señora de edad avanzada se acercó a él.
—Oiga,
el número veintiséis de esta avenida ¿a qué altura queda?
—Pues
no puedo decirle señora, no lo sé —mintió, le molestó el hecho de que lo
abordara en el paso peatonal cuando el semáforo estaba a punto de cambiar.
Continuó
su rutinaria labor, adentrándose poco a poco en el sórdido cansancio acumulado
a fuerza de insistir en su desgana. Cualquier calle daba igual, todas
significaban lo mismo, en una de esas se le acercó un hombre.
—¿Podría
decirme dónde queda el número veintiséis de esta calle? —le preguntó
amablemente.
—Enfrente,
tiene que cruzar.
—Muchas
gracias —Y se alejó siguiendo sus indicaciones.
No
dio importancia al hecho hasta que en una nueva avenida una madre llevando a su
hijo de la mano le volvió a preguntar por el número veintiséis. Tres veces ese
número. Sacó el móvil y llamó a su mujer para contárselo pero nadie atendió la
llamada. Contactó con el buzón de voz porque tenía varias llamadas perdidas.
“Tiene
veintiséis mensajes nuevos” le comunicó la voz mecanizada.
Los
primeros mensajes no dejaron recado alguno; otros no decían nada interesante; una
oferta le ofrecía mejorar su línea al precio de veintiséis euros. ¿Por qué hoy
todo giraba en torno a ese número? En el último mensaje se escuchó la voz de su
jefe notificándole que a partir de mañana prescindirían de sus servicios; directo y
conciso, pero no por ello menos crudo.
Cruzó
la calle sin mirar, lo último que vio antes de cerrar los ojos fue el número
del autobús de línea que lo había atropellado, el seis, parpadeando, intentando
recomponerse. Extenuado aún pudo oír un último comentario: “Ha sido el
veintiséis”. Abrió los ojos para comprobarlo, el número había dejado de
parpadear y efectivamente se trataba del veintiséis. Un veintiséis grande, de
color verde, que le arrancó una sonrisa irónica antes de cesar su camino.
viernes, 4 de enero de 2013
EL ENCUENTRO
Coincidieron después de
tres años, cada uno con sus respectivas parejas. Él jugaba con su chica a ver
cuál de los dos hacía más carantoñas al otro. Ella mantenía guardada la pasión que únicamente dejaba salir en el momento oportuno, mientras paseaba al lado de
su chico. No intercambiaron palabras, sólo miradas.
Al
día siguiente, él terminó con su chica. Ella, en cambio, continuó su relación.
Hasta que una noche cualquiera, a una hora inesperada sonó el teléfono. Era él,
llamándola para decirle que la amaba,
que por mucho que lo intentara no podía amar a otra como la había amado a ella.
Y ella no colgó, se dejó envolver por el sonido de su voz.
martes, 13 de noviembre de 2012
A RITMO DE TANGO
Desde
el más discreto rincón observaba a los bailarines. El olor a polvo de talco,
con el que habían espolvoreado la pista, llegaba lejano y agradable. La tenue
iluminación propiciaba los rostros muy juntos y los torsos pegados, en un
maravilloso juego de cintura y piernas, deslizándose las parejas en el sentido
contrario a las agujas del reloj.
Entonces
llegó él, seguro, ecuánime, con su habitual traje negro. Una hermosa joven le
tendió la mano, él la acercó con un único movimiento a su cuerpo. Ocuparon el
centro de la pista y todos, absolutamente todos, los ojos se posaron en ellos.
La envidia se mezclaba con la admiración que sentía por la bailarina, me
hubiera gustado ser yo la que girara entre sus brazos.
Después
de las tres tandas de rigor, se despidieron con un único beso en la mejilla.
Igual que un cazador seleccionando a su presa, el hombre buscaba una nueva
pareja de baile. Su mirada se posó directamente en mí. Con cualquier otro la
hubiera evitado, pero me tenía tan fascinada, tan embelesada, que no desvié mis
ojos de los suyos. Agachó la cabeza en una muda petición que yo acepté. Se
acercó lentamente, sin prisas, favoreciendo la tensión del encuentro. Me tomó
de la mano para conducirme al centro de la pista, nunca antes había ocupado ese
lugar, no me consideraba una bailarina muy ducha. Pero con él nada parecía
imposible. En cuanto me tomó en sus brazos me perdí en la suavidad de su tacto
y el aroma de su piel. Me llevaba como nunca lo había hecho nadie, incluso
llegué a creer que sabía bailar, como cualquiera de las chicas que acudían a la
milonga. No bailamos sólo tres tandas, el resto de la noche se rindió a nuestro
encuentro; continuamos en horizontal, descubriendo y ensayando nuevos pasos que
nos conducían a paraísos de placer…
No recordaba haber
experimentado un sueño tan vívido. Despertó feliz, ilusionada. Lo primero que
hizo fue rescatar de la papelera el folleto de la academia de baile. Al salir
del trabajo se personó en la misma para formalizar su matrícula. El profesor de
tango se acercó lentamente a ella, seguro, sin prisas, con camisa y pantalones
negros, mostrando una irresistible sonrisa. “Una nueva alumna”, pensó él. “El
hombre de mis sueños”, pensó ella.
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