lunes, 16 de septiembre de 2013

CLAVOS Y CHINCHETAS



Cuando subí al autobús noté que algo faltaba. ¡Claro, las pantallas estaban apagadas! Resignada a no ser sorprendida con alguna noticia extravagante, vi como ocupaban el asiento contiguo dos jóvenes; una cogió a la otra, colaborando en despejar el escaso espacio. Al principio no presté atención a la conversación que mantenían entre ellas, pero después de escuchar el nombre de Rubén más de cincuenta veces la curiosidad me pudo. Lo que deduje fue que el tal Rubén se había enrollado con una de ellas, la que estaba encima, y se quejaba de que ahora salía con una de sus amigas, a la que culpaba de todo, ya que Rubén era un pobre chico que sucumbió a los encantos de una manipuladora sin escrúpulos que iba robando los ligues a sus amigas. ¡Lo que hay que oír! La respuesta de la otra fue la siguiente:
—Tía, pues ya sabes lo que tienes que hacer, enróllate con su amigo, el que iba detrás de ti el año pasado, que mi abuela siempre dice que un clavo saca otro clavo.
—Ya me enrollé con él, pero fue peor el remedio que la enfermedad. Me dejó tirada y el cabrón no tuvo valor ni para decírmelo a la cara —respondió disgustada.
De pronto, sin darme cuenta, me metí en la conversación.
—Criatura, es que no te buscaste un clavo sino una chincheta, ¿dónde se ha visto que una chincheta saque un clavo?
Me arrepentí de haberlo dicho, pero no podía dar marcha atrás. ¡Ojalá! Me hubiera ahorrado escuchar el nombre de Rubén cincuenta veces más, pero esta vez contándome la agradecida chica su historia con pelos y señales. Tan harta estaba que decidí zanjar la cuestión diciendo:
—Tú no tienes un clavo, tú lo que tienes es una estaca.
—¿Y con qué se saca una estaca? —preguntó la inocente.
Recurrí a la lógica, si un clavo saca otro clavo, ¿una estaca saca otra estaca? Mi parada me salvó de responder, bajé del autobús con dolor de cabeza y la firme convicción de mirar por la ventanilla la próxima vez.

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