El
timbre sonó y poco a poco los alumnos fueron abandonando el aula, todos menos
uno que se quedó sentado esperando que la profesora reparara en su presencia.
―¿Te
ocurre algo? ―le preguntó preocupada.
―Señorita
Eli, tengo que decirte una cosa ―su tono pretendía ser neutro pero el
movimiento de sus manos, apretándose una contra otra, delataban su estado.
―Por
supuesto ―dijo solícita mientras
acercaba una silla y se sentaba a su lado.
Pedro estaba inmóvil mirando al frente, abría y cerraba
la boca pero no salía sonido alguno, tenía algo que decir pero no sabía cómo.
―Señorita
Eli, tú sabes cuánto te queremos todos. Tú nos ayudas, nos enseñas… Te tenemos
confianza.
―Lo
sé, y en nombre de esa confianza que dices que me tienes habla sin miedo.
―Vale,
¡uf!, verás, llevamos todo el curso preguntándonos cosas sobre ti, sobre tu
vida, tu edad...
―Eso
es natural ―interrumpió Eli esbozando una sonrisa―, cuando se pasa mucho tiempo
con una persona pueden pasar dos cosas: que la admires y te importe y por eso
quieras saber cosas sobre ella; o que te caiga mal y no quieras ni hablarle. Yo
me siento halagada por ese sentimiento que dices que despierto entre vosotros.
―Y
mucha curiosidad ―continuó machacón Pedro.
―Pues
no es para tanto, tengo veintiocho años, vivo con mis padres, os doy clases y esa es
toda mi vida.
―Ya
señorita Eli, pero tendrás sentimientos, deseos…
―No
sé exactamente a que te refieres, estoy satisfecha con mi trabajo y en general
con mi vida.
―Pero
una persona no puede estar sola siempre, necesita una pareja, alguien en quien
confiar y con quien compartir su vida.
―A
ver ―le dijo mientras sonreía―, me
parece que estás soltando todo este discurso para decirme que te gusta una
chica.
―Vale,
algo de eso hay, ¡uf!, pero no quiero hablar de mí sino de ti.
―Y
eso, ¿por qué?
―Porque
quiero pedirte algo, ¡uf!, no sé cómo hacerlo y necesito conocerte un poco
mejor antes de lanzarme.
―Pues
suéltalo cuanto antes. Dejarás de estar nervioso y yo podré saber por fin de
qué se trata.
Eli estaba totalmente desconcertada, por el camino que
iba el chico parecía que su intención era declararse, y aunque la idea en sí ya
era bastante disparatada, con los adolescentes, por el mero hecho de serlo, había
que ir con pies de plomo.
―Tú
nos hablas de historia, guerras, relaciones… Todas esas cosas que cuentan los
libro, ¡uf!, pero nosotros queremos que nos hables de amor.
―Pedro,
el amor es algo particular y privado que cada persona vive y siente de una
manera diferente.
―Sí,
¡uf!, seguramente tienes razón, pero a mi edad la mayoría de los chicos han
visto el amor…
―Pedro,
el amor no se ve, se siente ―le explicó ya verdaderamente preocupada.
―¡Uf!
Los que tengan la suerte de sentirlo, los que son como mis compañeros y como yo
puede que no lo conozcamos nunca.
―¿Y
cuál crees tú que es la solución? ―deseaba escapar cuanto antes, se sentía
agobiada.
―La
solución es que las personas cercanas nos ayuden y lo que es normal para los
demás lo sea para nosotros.
―¿Y
qué cosa en concreto piensas que no puedes hacer con normalidad?
―¡Uf!
Elegir una película.
Los dos guardaron silencio, Eli observaba a Pedro
mientras este miraba al frente deseando soltar las palabras que se le
atragantaban.
―Señorita
Eli, quiero pedirte en nombre de la clase si podemos traer una película para que
nos la audio describas.
―¡Claro
que sí! ―respondió contenta mientras respiraba tranquila, ¡pobre chico!, la que
había liado para decir que quería poner una película.
―Pero
la que nosotros queramos.
―Vosotros
mandáis.
―Señorita
Eli, queremos que nos audio describas “Emmanuel”.