Pasó directamente al
dormitorio, amplio aunque recargado. Ofrecía una agradable penumbra, en
contraste con el desagradable olor del ambientador. La música lo invitaba a
desnudarse, trató de seguir el ritmo. Nunca se le dio bien bailar pero por trescientos
euros valía la pena intentarlo. Por supuesto, en el precio iban incluidos otro
tipo de servicios, aunque a estas alturas empezaba a dudar si podría realizarlos.
Su cuerpo no respondía. Miró de nuevo a la mujer que, con mirada lujuriosa y
febril ansiedad, esperaba que él se acercara para poseerla. No podía. Su aspecto,
su risa, su perfume enervante y su crepúsculo vital lo hacían retraerse. Pensó en
el trabajo que realizaba cada día, el sueldo miserable, las horas robadas al sueño, el jefe
gritando por cualquier cosa… Y la chica nueva, tan joven y bonita. Volvió a la
realidad y decidió salir de allí, no estaba preparado para un cambio de vida
tan radical, no todavía.