Dividían su tiempo libre entre discotecas y
páginas de contacto. Él esperaba encontrar una mujer despampanante y ella un
hombre del que poder presumir ante sus amigas. Sin saber lo que buscaban se
perdieron entre copas y mensajes. Con el tiempo el listón fue bajando impuesto
por la insoportable soledad que los acompañaba. Él se fijó en esa compañera
anodina que trabajaba en el departamento contiguo: de estatura media, caderas
redondeadas, ojos marrones y cabellos castaños. Ella se percató de que el
compañero, que de un tiempo a esta parte la observaba, no estaba tan mal: de
escaso metro setenta, barriguita cervecera, mirada perspicaz y cabellera
inexistente. Se lanzaron a compartir copas y mensajes entre ellos, descubriendo
que lo que habían buscado lejos estaba justo al lado y que la mediocridad puede
ser a veces extraordinaria.