sábado, 14 de enero de 2012

EL CAMAFEO



 
El conde de Monteolivos, Eduardo, se enamoró de Carmen, una joven humilde dotada de gran belleza. Carmen se había criado en el campo junto a sus padres y hermanos, todos campesinos que trabajaban en la finca del señor Conde; los padres de la joven, temiendo que éste la deshonrara, decidieron enviarla a la capital para que sirviera en la casa de unas señoritas. Una vez lejos de su familia, el conde la buscó y su asedio debilitó todas las defensas de Carmen que, perdidamente enamorada, se entregó a él. Después, Eduardo cumplió el compromiso de matrimonio pactado con una señorita de buena familia. Como regalo de despedida para su amante, Eduardo mandó fabricar un camafeo de oro y piedras preciosas, en su interior guardó una foto de ambos, así siempre estarían unidos dentro de la joya. Se lo puso alrededor del cuello y la hizo prometer que nunca se lo quitaría. Él se marchó sin saber que no sólo le había dejado el camafeo. Carmen tuvo una hija fruto de su relación con el conde. Al principio, gracias al dinero que Eduardo le dejara, vivían bien. Llegó la guerra civil y con ella muchas penas y calamidades. La pequeña Eduarda enfermó y Carmen tuvo que vender el camafeo a la señorita para la que trabajaba.
La señorita Dominga lucía en su cuello un camafeo precioso, pero había un problema, no podía abrirlo, por mucho que lo intentaba no lo conseguía. Con el tiempo dejó de importarle, era tan bonito que no necesitaba ver lo que protegía su interior. Pronto se convirtió en la señora de don Pablo, un hombre serio que trabajaba de administrador y gozaba de buena posición social. La señora Dominga disfrutó de toda clase de comodidades hasta que su esposo falleció. Para poder sobrevivir en la época de la postguerra tuvo que vender todas sus joyas, incluyendo el camafeo. Curiosamente, llegó a manos del hijo del joyero que lo había fabricado, ya que se dedicaba al mismo oficio que su padre. Al descubrir que era obra de su predecesor lo guardó con mucho cariño y decidió no deshacerse de él a pesar de que lo encontraba defectuoso, ya que no era capaz de abrirlo. Después de muchos años tuvo que cerrar su negocio y se lo vendió a un buen cliente con el que le unía una estrecha amistad.
Don Antonio regaló a su esposa el camafeo que tanto le había costado conseguir, Lola luciría en su cuello durante muchos años la preciosa joya. Nunca consiguió abrirlo y lo que había en su interior era el mayor de los misterios de la familia. Cuando Lola murió dejó en poder de su único hijo, Alberto, el valioso camafeo, le dijo que se lo entregara a la madre de sus hijos y de esta forma siempre pertenecería a la familia. Alberto conoció a Clara y se enamoraron, cuando tuvieron su primer hijo, que fue una niña a la que llamaron Carmen, Alberto le regaló el camafeo a la feliz mamá. A Clara le fascinó, nunca había visto una joya tan bonita, intentó abrirla pero no pudo. Pidió a su marido que se la pusiera y esperó ansiosa la visita de su madre, Eduarda, para mostrársela. Cuando ésta vio el camafeo empezó a llorar de alegría, había vuelto a su familia, era la joya que su padre le había regalado a su madre, Clara se lo entregó y Eduarda se lo llevó a la abuela Carmen, que sentada en una silla veía el tiempo pasar. Cuando Carmen tuvo el camafeo en sus manos suspiró, lo abrió cuidadosamente y se llevó la foto de su amado a los labios.

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