Me encontraba alojado en el Hotel
Hydropolis, el primer hotel submarino dotado de toda clase de lujos; y no por placer
precisamente, pues los accionistas habían decidido contar con mi experiencia
como biólogo marino. La primavera en
Dubái se presentaba bastante calurosa, la afluencia de clientes obligó a ocupar
todas las habitaciones, incluida la 220, la “habitación maldita”, como solían
llamarla todos. La primera y única vez que fue ocupada se encontró al huésped
tendido en la cama, sin vida. El forense diagnosticó, como causa probable de la
muerte, el miedo. Desde entonces se venía especulando con la idea de que la
habitación estaba encantada, y que espíritus del más allá poseían a todo el que
la habitaba. Algo difícil de creer para un hombre de ciencias como yo. El
afortunado en ocuparla, por la módica cantidad de quince mil euros diarios, fue
sir Jeremy Brown, un caballero inglés, alto, enjuto, de rostro inexpresivo y
modales exquisitos. Habíamos llegado a
la par, pues por cuestiones que no interesan a nadie, excepto a mí, salí del
hotel; lo vi en la entrada, todavía en tierra firme, esperando coger el tren
que nos llevaría por un túnel hasta la recepción. Allí lo esperaban, el botones
se encargó del equipaje y la recepcionista le entregó un sobre que contenía
todas las claves para acceder a los servicios que prestaban, podía elegir entre
introducir los códigos o decirlos de viva voz directamente.
A
las seis en punto introdujo un código de voz para desbloquear la puerta de
acceso a la habitación y poder franquear la entrada. Yo ocupaba la habitación
218, cuya puerta quedaba justo enfrente.
A las siete en punto salió de la habitación
para cenar en el restaurante. Estaba embelesado con las vistas que ofrecían los
enormes ventanales situados en los pasillos, 260 hectáreas dedicadas al mundo
submarino con especies únicas de colores inimaginables. Después de una copiosa
cena se dirigió de nuevo a su habitación. Una de mis aficiones era fijarme en
las personas y adivinar cómo eran por su lenguaje corporal. De sir Jeremy
deduje que era un tipo ecuánime, introvertido y maniático.
A estas alturas te preguntarás
porqué estaba tan pendiente de este hombre, pues por la sencilla razón de que
ocupaba la “habitación maldita” y, aunque
me consideraba un escéptico para estos temas, no podía evitar que la curiosidad
o el morbo, llámalo como quieras, poseyeran mi razón en contadas ocasiones. Fue
por esto que lo vigilé desde su llegada. Esperaba impaciente el desarrollo de
los acontecimientos.
A las diez y veinticinco minutos salió otra vez de la
habitación, algo había sucedido allí dentro, sir Jeremy estaba pálido, el nudo
de su corbata torcido, no caminaba en línea recta y pasó sin echar un vistazo al espectáculo marino que se le ofrecía. Lo seguí hasta el bar, pidió
un whisky que tomó de un solo trago, a una señal, el camarero volvió a servirle
otro. Tal vez pensaba ahogar en el alcohol lo sucedido. Lo abordé sin pensarlo,
pero es que suelo ser bastante directo.
―¿Se
encuentra usted bien? ―solícito me acomodé a su lado.
―¿Cree
usted en el más allá, en la vida después de la muerte? ―por lo visto él era más
directo que yo, me sorprendió tanto la pregunta que no supe qué contestar ―. Creo
que la muerte puede marcar el descanso de las almas ―continuó hablando mientras
miraba al frente, a un punto inexistente
―. Una de estas pobres almas me ha pedido que la libere.
―¿Aceptó
hacerlo? ―la curiosidad me estaba matando, tenía tantísimas preguntas que
hacer, que no hubiera bastado toda una noche para formularlas y obtener
respuestas.
―¿Realmente
tenía elección? ―Tras un incómodo silencio en el que apuró su copa y volvió a
pedir otra que empezó a beber con la misma avidez, me miró fijamente a los ojos
―. ¿Me ayudaría usted?
―Por
supuesto ―No tuve que pensarlo, estaba ansioso por ayudar tanto a un hombre que
había vivido una experiencia paranormal, como a un hombre que podía estar al
borde de la locura.
Con una escueta explicación de los
hechos, en los que una especie de ectoplasma le había hablado, me puso al
corriente. El cuerpo del fantasma estaba escondido en la habitación 220, era
una mujer joven a la que su esposo dio muerte, quería venganza y que su
historia saliera a la luz. Pero se nos planteaban dos problemas, por una parte debíamos resolver un acertijo;
y por otra, sólo teníamos hasta el alba, sir Jeremy perdería la vida en caso de
que no se resolviera, era el precio que tenía que pagar por haber alterado el
descanso de los muertos. El reloj marcaba las dos y cuarto de la madrugada, contábamos
con escasamente cuatro horas hasta que amaneciera y dos frases que una voz de
ultratumba dejó flotando en la habitación: “Pasó
hace un año” y “Fíjate en la luz”.