sábado, 21 de abril de 2012

LA NOCHE DEL ACERTIJO (1ª parte)




            Me encontraba alojado en el Hotel Hydropolis, el primer hotel submarino dotado de toda clase de lujos; y no por placer precisamente, pues los accionistas habían decidido contar con mi experiencia como biólogo marino.  La primavera en Dubái se presentaba bastante calurosa, la afluencia de clientes obligó a ocupar todas las habitaciones, incluida la 220, la “habitación maldita”, como solían llamarla todos. La primera y única vez que fue ocupada se encontró al huésped tendido en la cama, sin vida. El forense diagnosticó, como causa probable de la muerte, el miedo. Desde entonces se venía especulando con la idea de que la habitación estaba encantada, y que espíritus del más allá poseían a todo el que la habitaba. Algo difícil de creer para un hombre de ciencias como yo. El afortunado en ocuparla, por la módica cantidad de quince mil euros diarios, fue sir Jeremy Brown, un caballero inglés, alto, enjuto, de rostro inexpresivo y modales exquisitos.  Habíamos llegado a la par, pues por cuestiones que no interesan a nadie, excepto a mí, salí del hotel; lo vi en la entrada, todavía en tierra firme, esperando coger el tren que nos llevaría por un túnel hasta la recepción. Allí lo esperaban, el botones se encargó del equipaje y la recepcionista le entregó un sobre que contenía todas las claves para acceder a los servicios que prestaban, podía elegir entre introducir los códigos o decirlos de viva voz directamente.
A las seis en punto introdujo un código de voz para desbloquear la puerta de acceso a la habitación y poder franquear la entrada. Yo ocupaba la habitación 218, cuya puerta quedaba justo enfrente.
            A las siete en punto salió de la habitación para cenar en el restaurante. Estaba embelesado con las vistas que ofrecían los enormes ventanales situados en los pasillos, 260 hectáreas dedicadas al mundo submarino con especies únicas de colores inimaginables. Después de una copiosa cena se dirigió de nuevo a su habitación. Una de mis aficiones era fijarme en las personas y adivinar cómo eran por su lenguaje corporal. De sir Jeremy deduje que era un tipo ecuánime, introvertido y maniático.
            A estas alturas te preguntarás porqué estaba tan pendiente de este hombre, pues por la sencilla razón de que ocupaba la “habitación maldita”  y, aunque me consideraba un escéptico para estos temas, no podía evitar que la curiosidad o el morbo, llámalo como quieras, poseyeran mi razón en contadas ocasiones. Fue por esto que lo vigilé desde su llegada. Esperaba impaciente el desarrollo de los acontecimientos.
            A las diez  y veinticinco minutos salió otra vez de la habitación, algo había sucedido allí dentro, sir Jeremy estaba pálido, el nudo de su corbata torcido, no caminaba en línea recta y pasó sin echar un vistazo al espectáculo marino que se le ofrecía. Lo seguí hasta el bar, pidió un whisky que tomó de un solo trago, a una señal, el camarero volvió a servirle otro. Tal vez pensaba ahogar en el alcohol lo sucedido. Lo abordé sin pensarlo, pero es que suelo ser bastante directo.
―¿Se encuentra usted bien? ―solícito me acomodé a su lado.
―¿Cree usted en el más allá, en la vida después de la muerte? ―por lo visto él era más directo que yo, me sorprendió tanto la pregunta que no supe qué contestar ―. Creo que la muerte puede marcar el descanso de las almas ―continuó hablando mientras miraba al frente,  a un punto inexistente ―. Una de estas pobres almas me ha pedido que la libere.
―¿Aceptó hacerlo? ―la curiosidad me estaba matando, tenía tantísimas preguntas que hacer, que no hubiera bastado toda una noche para formularlas y obtener respuestas.
―¿Realmente tenía elección? ―Tras un incómodo silencio en el que apuró su copa y volvió a pedir otra que empezó a beber con la misma avidez, me miró fijamente a los ojos ―. ¿Me ayudaría usted?
―Por supuesto ―No tuve que pensarlo, estaba ansioso por ayudar tanto a un hombre que había vivido una experiencia paranormal, como a un hombre que podía estar al borde de la locura.
            Con una escueta explicación de los hechos, en los que una especie de ectoplasma le había hablado, me puso al corriente. El cuerpo del fantasma estaba escondido en la habitación 220, era una mujer joven a la que su esposo dio muerte, quería venganza y que su historia saliera a la luz. Pero se nos planteaban dos problemas,  por una parte debíamos resolver un acertijo; y por otra, sólo teníamos hasta el alba, sir Jeremy perdería la vida en caso de que no se resolviera, era el precio que tenía que pagar por haber alterado el descanso de los muertos. El reloj marcaba las dos y cuarto de la madrugada, contábamos con escasamente cuatro horas hasta que amaneciera y dos frases que una voz de ultratumba dejó flotando en la habitación: “Pasó hace un año” y “Fíjate en la luz”.

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