A
las cuatro y media de la mañana nuestras deducciones nos llevaron a la
conclusión de que debía llevar más o menos un año muerta, teniendo en cuenta
que el hotel no contaba con la antigüedad suficiente (hacía apenas dos años que
fue abierto al público). Pero la luz nos desconcertaba, en qué luz debíamos
fijarnos. Las cinco o seis copas que tomó mi nuevo amigo no facilitaron la
tarea, pasaba el tiempo sin que su razonamiento le llevara a ninguna
conclusión. Al fin y al cabo yo sólo era una ayuda bien avenida pero el que se
jugaba la vida era él.
A las cinco decidió volver a la
habitación, pensó que allí, tal vez, podría inspirarse. Con cierta aprensión lo
acompañé dentro. Era una suite doble, con un lujo ostentoso, unas vistas
magníficas de la fauna marina y un mecanismo que realizaba tareas a través de
la voz. Para encender las luces, o marcaba un código o lo pronunciaba en voz
alta: “220-1”, para correr las cortinas:”220-2”, para acceder al mini-bar que
salía de una de las paredes:”220-3”…
―¡Claro!
¿Cómo no lo hemos visto antes? ―miró en todas direcciones como alucinando ―.
Está aquí, sólo hay que decir el código. Está en una de estas paredes, sólo hay
que abrirla con el código.
Pensé que se había vuelto loco, ¿qué
código? Vi cómo tecleaba en el ordenador portátil buscando la solución:
9.454.254.955.488 fue la respuesta. Había unido las palabras año y luz de las
frases que le diera el fantasma, el código eran los km que había en un año luz,
sólo tenía que pronunciarlo y la maldición o lo que fuera desaparecería. A
escasos segundos de la hora señalada mi amigo pronunció esta cantidad.
Sir Jeremy murió repentinamente a
las seis en punto de la mañana. Si piensas que no era esa la solución te
equivocas, la respuesta era correcta, el error lo cometió al leer la cantidad,
no supo hacerlo correctamente, la impaciencia, los nervios, el alcohol y el
miedo, no lo ayudaron. Bastaba con decir nueve billones, cuatrocientos
cincuenta y cuatro mil doscientos cincuenta y cuatro millones, novecientos
cincuenta y cinco mil cuatrocientos ochenta y ocho. Una noche entré en la
habitación, no me preguntes cómo, y pronuncié la cantidad correctamente, alto y
claro. De una pared giratoria salió un cadáver descompuesto, el cadáver de la
esposa de uno de los accionistas que en su día controlaba el hotel,
repentinamente vendió sus acciones y nunca más se supo de su paradero. El
fantasma ya podía descansar en paz y mi amigo Jeremy supongo que también.
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