domingo, 27 de enero de 2013

SEÑAL 26


Salió a la calle como cada día, dejándose envolver por la rutinaria tarea de repartir propaganda. Alcanzaba la edad de cincuenta años y por primera vez en mucho tiempo experimentaba un ápice de felicidad, la que le proporcionaba el escaso salario al final de la jornada. Sonreía cada vez que recordaba la cara de estupefacción del jefe cuando hizo el pino en el despacho, pero ante tanto candidato joven no le quedaban más opciones. Y por ahí andaba, pateando las calles desde otro punto de vista, para no descolocarse en el sinsentido del organigrama social.
Justo cruzaba la carretera cuando una señora de edad avanzada se acercó a él.
—Oiga, el número veintiséis de esta avenida ¿a qué altura queda?
—Pues no puedo decirle señora, no lo sé —mintió, le molestó el hecho de que lo abordara en el paso peatonal cuando el semáforo estaba a punto de cambiar.
Continuó su rutinaria labor, adentrándose poco a poco en el sórdido cansancio acumulado a fuerza de insistir en su desgana. Cualquier calle daba igual, todas significaban lo mismo, en una de esas se le acercó un hombre.
—¿Podría decirme dónde queda el número veintiséis de esta calle? —le preguntó amablemente.
—Enfrente, tiene que cruzar.
—Muchas gracias —Y se alejó siguiendo sus indicaciones.
No dio importancia al hecho hasta que en una nueva avenida una madre llevando a su hijo de la mano le volvió a preguntar por el número veintiséis. Tres veces ese número. Sacó el móvil y llamó a su mujer para contárselo pero nadie atendió la llamada. Contactó con el buzón de voz porque tenía varias llamadas perdidas.
“Tiene veintiséis mensajes nuevos” le comunicó la voz mecanizada.
Los primeros mensajes no dejaron recado alguno; otros no decían nada interesante; una oferta le ofrecía mejorar su línea al precio de veintiséis euros. ¿Por qué hoy todo giraba en torno a ese número? En el último mensaje se escuchó la voz de su jefe notificándole que a partir de mañana prescindirían de sus servicios; directo y conciso, pero no por ello menos crudo.
Cruzó la calle sin mirar, lo último que vio antes de cerrar los ojos fue el número del autobús de línea que lo había atropellado, el seis, parpadeando, intentando recomponerse. Extenuado aún pudo oír un último comentario: “Ha sido el veintiséis”. Abrió los ojos para comprobarlo, el número había dejado de parpadear y efectivamente se trataba del veintiséis. Un veintiséis grande, de color verde, que le arrancó una sonrisa irónica antes de cesar su camino.

viernes, 4 de enero de 2013

EL ENCUENTRO




Coincidieron después de tres años, cada uno con sus respectivas parejas. Él jugaba con su chica a ver cuál de los dos hacía más carantoñas al otro. Ella mantenía guardada la pasión que únicamente dejaba salir en el momento oportuno, mientras paseaba al lado de su chico. No intercambiaron palabras, sólo miradas.
Al día siguiente, él terminó con su chica. Ella, en cambio, continuó su relación. Hasta que una noche cualquiera, a una hora inesperada sonó el teléfono. Era él, llamándola  para decirle que la amaba, que por mucho que lo intentara no podía amar a otra como la había amado a ella. Y ella no colgó, se dejó envolver por el sonido de su voz.